Y vaya que lo lograron, a través de muros de acero en un experimento que ha sido repetido muchas veces desde entonces.
Pero algo más demostraron, algo más importante: encontraron que cuanto más cargado de emoción estaba un pensamiento, ¡Más clara se veía la imagen!
Fueron quizás los primeros en demostrar que existe energía magnética dentro de nuestros pensamientos, y que nuestras emociones son impulsadas por los pensamientos.
Sin embargo, lo que pasaron por alto es que, debido a que las ondas de vibración (las emociones) que enviamos están cargadas magnéticamente, somos literalmente inamanes vivos, y que atraemos constantemente cualquier cosa que este en la misma frecuencia de longitud de onda.
Cuando nos sentimos bien, con el ánimo en alto, llenos de alegría y gratitud, nuestras emociones envían vibraciones de alta frecuencia, que atraerán y magnetizarán lo bueno hacia nosotros; es decir, algo que coincida con lo que estamos enviando. Lo semejante atrae lo semejante.
En cambio, cuando experimentamos cualquier cosa que no nos cause satisfación, como temor, preocupación, culpa, o hasta un pequeño disgusto, enviamos vibraciones de baja frecuencia.
Debido a que las bajas frecuencias son tan altas, atraen cosas desagradables hacia nosotros; vibraciones negativas emitidas serán devueltas hacia nosotros, cosas que nos harán (vibrar) de una forma tan poco grata como lo que estamos enviando.
Desagradable de ida, desagradable de vuelta. Es siempre una vibracion semejante.
A si que, ya sea que enviemos vibraciones de alta frecuencia, de satisfacción, o vibraciones bajas, de preocupación, las que enviemos en cada momento serán las que atraigamos de regreso a nosotros mismos.
Somos generadores de vibraciones, por tanto, somo los imanes, la causa.
Nos guste o no, nosotros hemos creado esas vibraciones y seguiremos haciéndolo, solo que hoy, con algo más de conocimiento.